Te miras una vez más al espejo. Una y otra vez. Encendes la luz a las cuatro de la mañana. De nuevo estas ahí, compartiendo tu almohada con el insomnio. Tenes kilos de dudas en tu cabeza, que pinchan como alfileres en el cerebro. Preguntas erróneas, incrédulas, imbéciles, inútiles. Preguntas de todo tipo y color. Preguntas que buscan en la oscuridad de la noche una respuesta donde anidarse. Y así transcurren tus noches: con el mundo dado vuelta. No va a parar. La mente va a estar aturdida hasta que des el primer paso, que es aceptar. Es asumir que el problema no está en la mente, está en tu corazón.
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