De Buenos Aires- Argentina

Escribo únicamente por gusto y placer. Coleccionista de libros y buena música. Amante de las tardes lluviosas de invierno. Manija 24/7. Impulsiva. Apasionada. Sueño mucho y en grande. Viajar para renovarse. Improvisada siempre. Todo es un planazo


domingo, 9 de junio de 2019

  • Yo, machista.

    • Hay un capítulo de Sex and the city en el que una de las protagonistas se harta de sufrir acoso callejero por parte de un obrero. Entonces, al quinto grito de «tengo lo que querés», ella le responde que quiere sexo. El obrero, asombrado por lo directo de la respuesta, baja la voz. Le dice que se calme, que está casado, que sólo estaba bromeando. La trata de necesitada, y sigue trabajando.
       Creo que a todos, en algún momento, nos llega el clic. El golpe abrupto que te revela cómo funciona el mundo. Nos damos cuenta de que no todos tienen los mismos privilegios, no todos gozamos de las mismas garantías. De que nadie vale por sí mismo, y que el entorno puede determinar a dónde llegás en la vida, Luego del impacto inicial, te rebelás. Querés salir corriendo, con la mano en alto, para luchar por un mundo donde nadie sea discriminado, donde nadie sufra, donde nadie muera. Pero lo realmente desolador es darte cuenta de que no es necesario dejar de vivir para estar muerto. Es más fácil enfrascarse en las luchas enormes que dimensionar las cotidianidades manchadas. Porque, cuando te sentás a pensar en esos pequeños diarios, te das cuenta de que vos también estás muerto. Lejos de ser la solución, pasaste varios años de tu vida contribuyendo al problema. 
        Marchamos. Éramos muchas, y muchos. Al llegar a la Plaza , se escuchó el clásico grito de ni una muerta más, ni una mujer menos. Y ahí, refugiada entre la muchedumbre, lo entendí. Gritar para que no maten mujeres se convirtió en algo clásico porque no deja de pasar. ¿Te das cuenta de la cantidad de gente que murió, y de la que sufrió, sólo para que surgiera un movimiento que pide equidad? Creo que es más sencillo embanderarse en aquellas causas grandes, las que quizás no nos toquen tanto. Podemos gritar que no maten mujeres, o que hombres y mujeres cobren el mismo salario por hacer el mismo trabajo. Pero también tenemos que marchar para usar la ropa que queramos. ¿Te das cuenta de lo ridículo que se lee esto? Tenemos que escribir pancartas para pedir, por favor, que dejen de juzgarnos por cómo nos vestimos, por qué decimos, por cómo actuamos. Tenemos que organizarnos y cortar una avenida principal para poder acostarnos con quien queramos, estudiar lo que queramos, poder elegir no ser madres y aún así exigir respeto. 
       Después del alboroto, volvés a la normalidad. Como una tomada de pelo, como si la sociedad te dijera  «sí, sí, tuviste tu momento de brillar, volvé a hacer lo que se supone que tenés que hacer». Y volvés. Volvés a ver cómo los roles se asignan por genética y cómo te hacen creer que cada uno tiene un lugar del que no puede salir. Cómo a la mujer exitosa se le pregunta si quiere ser madre o quién la viste para los eventos empresariales. Cómo la mujer no puede manejar bien, no puede estudiar ciencias, no puede no cocinar. Cómo la mujer es fácil, ligera, la puta que se acostó con más de dos. 
      Pero el verdadero clic llega cuando te mirás al espejo y te das cuenta de que sos parte de ese te hacen creer: no sos un testigo, sos un cómplice. Vos también fuiste la que juzgó a la amiga de una amiga por irse del baile con un desconocido. Fuiste la que tergiversó alguna historia para culpar a la actual de tu ex por tu ruptura. Fuiste el que pensó que vestirse de forma provocativa era un justificativo para cualquier atrocidad, porque no podías creer que una mujer se vistiera sólo para sí misma, porque creías que era obvio que su único objetivo era llamar la atención. Fuiste el que pasó con un grupo de amigos por al lado de una gurisa y tiró un comentario al pasar sobre qué le harías o cómo la dejarías; o fuiste el que escuchó, sin hacer nada, cómo un amigo le gritaba a una extraña que qué buen lomo que tenía. Y en esa bicicleta, vas justificando pequeñeces, hasta que la acumulación se manifiesta de las formas más bajas posibles, hasta que se te hace un nudo en el estómago por leer que a una piba la violaron entre treinta hombres.
      Fuiste, pero podés no serlo.
      Porque luchar está al alcance de una palabra o de un acto. Porque cambiar el mundo se resume a que, un día, no tengamos que rogar que dejen de matar mujeres

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.